“El sándalo perfuma el hacha que lo hiere”
Dejó libres unos cuantos reglones en el papel
Optó por no tomar el carro
que a puertas abiertas, rojo le ofrecía embarcar.
A paso lento buscó la banca más cercana,
reposó.
Opuesto a la vorágine,
Renunciando al tiempo ganado robado al sueño.
Decidió escribir nada.
Nada disonante, ante tan bella sentencia.
“El sándalo perfuma el hacha del que lo hiere”
Un carro verde y luego un carro rojo
fueron breve estación abierta a toda reflexión.